La letra con sangre entra
“El que escucha sin horror al criminal, sépalo o no, ha dado el primer paso en la carrera del crimen”, Concepción Arenal
¡Pues claro que la violencia de género está estrechamente ligada al maltrato animal! No son necesarias farragosas estadísticas, ni estudios genéticos ni sociológicos para concluir por esos derroteros. Pese a que ya nazcamos con unos genes más predispuestos a la acción ( violenta o no ) o a la pasividad ( violenta o no ), será nuestra educación la que acote los instintos o los sublime. Las gentes tendentes a resolver los conflictos a mano desnuda se entrenan, a veces durante años, en el maltrato animal para llegar a la máxima expresión de su obra “artística” personal, agrediendo a las personas, para preservar así la fantasiosa posesión que ejercen sobre la mujer, las hijas y los animales a su alcance. Los juanlados del mundo temen ( qué despropósito, qué inconveniente ), que tratar a las personas con delicadeza acabe degenerando en tratar a los animales sin humanidad -que con humanidad ya los tratamos-. Básicamente, pese a todo ese valor cacareado, estamos perdidos en el miedo y la violencia.
España está entumecida por la violencia, anestesiada por el enajenamiento de su carácter embrutecido. Exportamos nuestra brutalidad imperialista y nuestro desprecio por la vida al mercado de América latina desde hace más de quinientos años. España, la unagran delibre, no puede librarse de su lacra porque no quiere o no puede, que viene a ser lo mismo. Y no aplica sus refranes, como aquel “no hay más ciega que la que no quiere ver” para decir también que no hay más tonta que la que no quiere aprender, ni más sabia que la que no quiere ignorar.
Enseñarle a una niña española que torturar, perforar y ejecutar a un toro es moralmente aceptable, incluso disfrazándoselo del concepto de batalla, o educarla contemplando a un animal salvaje pedaleando en un bicicleta con un chaleco y un sombrero de colores, sin decirle que eso es brutalidad, primitivismo o simplemente mala ostia, es, también, decir mucho sobre el coeficiente emocional de las madres. Es enseñarle que someter y ser sometida forma parte de los roles sociales, que de ningún modo contemplan.
Al idioma me acojo, ser “tratada como un animal” es una frase hecha, cocida, frita y refrita. Desde los idiomas, perdurando los siglos, nos llega la voz de gentes de hace generaciones atrás, legándonos su sabiduría, sí, pero también sus miserias, sus incapacidades. Al fin y al cabo todas sabemos que está feo ser “rajada como un cerdo”, “pisoteada como una cucaracha”, “aplastada como una hormiga”, “pateada como un perro”... porque en frases hechas, esas conductas, tan de moda hoy día todavía, se lee la inferioridad a que podemos someter a otro ser humano, así es, tratándole como tratamos a los animales. Venimos de esa pedagogía, hemos sido escrupulosamente adheridas a esos conceptos y ni siquiera nos planteamos modificarlos. Para que conste que no especulo al respecto, baste ver el video grabado en Cistierna ( León, Ejjpaña) por dos psicópatas -unas de las cuales responde a Gepe-, y en el cual, con lo que parece una catana japonesa y con una dimensión acerca del entretenimiento propia del peor de los seres humanos ( pensemos ahora en Hitler o en los violadores ), que parte en dos a un gato vivo, el cual maúlla una sola vez antes de morir. Ya no es importante si ello es punible o si la ley actuará ( ¿ partiendo en dos a Gepe ? ), creo que la lectura de esto va más allá, a la mismísima letrina primigenia de donde extraemos nuestro concepto de moral actual. El concepto que va a permitir que el tal Gepe, Juanlado o cualesquiera de los hijosdeputa del mundo, puedan apalear perros cada día, cortar gatos en dos o lo que se tercie durante cada uno de los días de su vida, porque no existe ningún método coercitivo válido al respecto que no pase por el entrañable aunque ingenuo hacerles escribir cien veces “eso no se hace”. Y del cual, no pequemos de indolencia y candidez, ellas se carcajean.
Que la violencia engendra violencia está claro, pero que debamos condonar con graciosa piedad o con una sobrevalorada concepción de nuestras posibilidades éticas a los engendros que cometen atrocidades de esa envergadura ( y de otras de carácter legal ), que los toleremos, que puedan llevar a cabo sus nauseabundas vidas con su nauseabundo entendimiento del ocio, ante una sociedad esperanzada en la remota posibilidad de que se reciclen para ser buenas ciudadanas de pro resulta, a todas luces, de infradotadas. La niña que ve durante todo su crecimiento cómo su padre ejerce un rol posesivo, opresivo y narcótico sobre su compañera sentimental acabará creyendo y asumiendo que esa es la forma natural y familiar de comportarse con las mujeres. Si es hombre quizás la practique de adulta, si es mujer, quizás se someta. Si una niña aprende a ver masacres acabará inmunizándose a ellas e incluso necesitándolas para reconocerse a sí misma, recurriendo a su educación para perfilar su identidad. Y llamará raíces a la barbarie, y dirá que el amor es cursi, y se rascará a puñetazos. O, lo que es peor, rascará a las demás así.
El circo, por poner un ejemplo elocuente, es la más delicada expresión de la agresión injustificada, el refinamiento de una tortura que invierte el dolor, la humillación, la destrucción de la voluntad para parir un ejercicio de risas a unas niñas-esponja que asumen que los animales deben dedicarse a llevar a cabo acrobacias contranatura y tonterías, porque existen única y exclusivamente para ello. Garantía circense se llama a la tranquilidad de que cada animal ha sido torturado, minuciosamente desintegrado y arrasado como animal independiente para convertirlo en un autómata, un muñeco de cuerda, un objeto. Pero eso no cuenta, porque genera puestos de trabajo y consigue que las niñas se rían bajo la carpa, globo en diestra y helado en siniestra. Las niñas se ríen de todo, se admiran por todo, incluso la alegre música de la banda de Auschwitz conduciendo a las ajusticiadas al son de un tango a la muerte les causaría risa, porque no entienden -aunque puedan llegar a intuir si la situación es evidente-, de dónde proviene su distracción. La culpa es de las madres, sin duda, con un cerebro domesticado y perezoso y una analfabetización tremenda a la hora de leer el libro de la vida.
Se comenta con frecuencia en análisis sociológicos que uno de los más intensos problemas de la economía mundial es el envejecimiento de la población. Es un hecho constatado que los avances de la medicina, la longeva esperanza de vida y el escaso número de nacimientos hacen del “primer mundo” un lugar más tendente al geriátrico que a la guardería. Ello preocupa a políticas y economistas -si diferencia hubiera-, pues se traduce en la falta de renovación de sangre joven -de exclusiva producción nacional, se desprende-, que sufrague las jubilaciones de la población, cada vez más anciana, para sanear así las arcas del estado de bienestar. Yo, que soy muy malpensada y trato de leer entre líneas, entre palabras, y, en ocasiones, entre letras, me ha dado por hacer otra lectura de esta misma problemática. Sí, estoy de acuerdo al 200 por cien en eso de que la población envejece, pero me da por pensar que no sólo físicamente, sino también a nivel mental y emocional. Porque sólo haciendo esta ecuación puedo llegar a comprender que una joven humanista, llena de ilusiones y exigencias con respecto a nuestra raza pueda llegar a convertirse en una vieja y decrépita antropocentrista, más ocupada en no entender nada absolutamente de la evolución moral de la sociedad, aferrándose a lo que aprendió cincuenta años atrás, que en comprender que una persona se pasa aprendiendo hasta el final de sus días. Y que cuando una cree saberlo todo siempre hay algo nuevo que aprender, que comprender y razonar, que asumir, porque los tiempos cambian, a los hados mediante. Que, en temas de educación, todas somos infantes durante toda la vida. Quien crea no necesitar educarse no es sino una cobarde, una necia, o ambas cosas.
¿Qué parte de la frase “derechos fundamentales para los animales” no entiende esta gente?. Si en los campos de concentración chinos, los laogai, existen del modo más horrendo posible ocho millones de personas, en un mundo que pretende haber conseguido unos niveles pedagógicos encomiables, una ética aplicada con ínfulas de ser exportable, ¿ qué está fallando ?. Sé que la fuerza bruta nos cautiva como animales, sí, pero también sé que existe un pacto común de la especie en haber logrado aceptar que el cerebro es nuestra mejor y más eficaz herramienta a la hora de procurarnos las necesidades básicas, entonces sucede que violar ese pacto establecido con la naturaleza y con nosotras mismas para pasar a comportarnos brutal y torpemente resulta inaceptable en los códigos actuales de comportamiento y, por supuesto, erosionador de nuestra pretendida altura moral. Porque con la naturaleza se vive feliz, y contra ella se muere rápido. Mitos como que los cerdos no sufren cuando son matados son tan absurdos como aseverar que las gallinas gozan con su reclusión de por vida apretujadas en compartimentos claustrofóbicamente minúsculos, o que las personas subnormales no sienten estímulos. Yo podría decir que el asesinato masivo de animales se debe a la convulsión pantagruélica con que se atiborra el ser humano ( hoy en día no se come: se masturba el paladar ), o aducir que somos demasiadas, aunque se me acusaría en el acto de trivializar la grandeza, la libertad y la unicidad de la raza a la que pertenezco, delito capital, según rezan todos los textos legislativos al respecto.
El ser humano es, sin duda, un animal excepcional, sin embargo del mismo modo que lo es en positivo, también lo es en negativo. La intención creadora y la tenacidad humana para dedicarse a la construcción, también resulta igual de perseverante cuando es de destrucción el trance. No se tiene constancia de ningún otro animal, incluso enloquecido, que posea esa capacidad alteradora de su entorno, bien sea de lo uno como de lo otro ( al unísono, en ocasiones ); con una minuciosidad, además, tan perversa como magnífica. Bajo el mismo rasero se puede confundir tener iniciativa con tiranizar, educar con deformar, evolucionar con involucionar.
Evolucionar, involucionar. ¿ Habrá algo más que dos letras de distancia entre ambos conceptos ?
Xavier Bayle
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